miércoles, 7 de marzo de 2018

De-construcción Cultural: Camino Hacia Una Educación Holística Integral

Resumen. En este ensayo propongo una extensión profunda de la visión holística de la educación y de la vida, como contraposición a la historia cultural-neuronal de Separación, historia que permea implícitamente, inconscientemente innumerables aspectos de nuestra vida. Crucialmente, la cultura de separación ha instaurado el imperialismo de la razón lógica y lineal, separada, como única forma legítima de razonar. Fundamentalmente, en esta cultura de separación nos concebimos a nosotros mismos como seres individuales, discretos, separados, y la experiencia de la vida como una experiencia lineal en un espacio-tiempo cartesiano de otredad. En otras palabras, nuestra lógica separada ha castrado (intentado castrar) el misterio de la vida despojándolo de su esencia, lo ha limitado y reducido a lo explicable por la razón lineal, y vivimos de acuerdo a las creencias culturales afines a ello. Para construir una educación genuinamente holística, invito a la de-construcción cultural, cuestionando creencias culturales que asumimos dan forma a lo que llamamos realidad. Notablemente, al separar la vida hemos decidido, querámoslo o no, separar entre lo bueno (lo que anhelamos) y lo malo (lo que queremos evitar), hemos separado entre los buenos y los malos absurdamente al igual que en las películas, y hemos aceptado que estamos condenados por el pecado original: venimos con maldad de fábrica. En consecuencia, todo intento por educar a nuestros niños conlleva la implícita necesidad de erradicar la maldad innata en ellos. La de-construcción cultural, por ende, permite vislumbrar una educación que cree en la bondad innata y plena del niño, toda vez que cree en la bondad innata y plena del maestro, así como de todo ser humano.

Introducción
“Cuando nos encontramos con nuestros hijos debemos ejercer cierta violencia,
porque no sabemos cómo hacerlo mejor”. Claudio Naranjo

Soy padre de dos niños, y en este momento estoy pensando en mi hijo mayor, de 5 años. Quisiera comenzar planteando una pregunta sin respuesta. La verdad sincera de no saber exactamente cómo “educarlo”. La verdad sincera de una angustia, que es a la vez expresión de mi amor por mi hijo. Me refiero a las ocasiones en que juzgo su actitud como incorrecta, mala, o incluso agresiva, hacia su hermanita por ejemplo. E intento ponerle un límite, intento expresarle que su actitud de alguna forma nos duele. Por ejemplo, “regrésale el juguete a tu hermanita que es de ella, ¿no ves cómo está sufriendo ella? Tu quisieras que hiciéramos lo mismo si el juguete fuera tuyo”. A veces pareciera que para un niño tan inocente y maravilloso como mi hijo, fuera placentero hacer sufrir a su hermanita… Me digo es imposible de comprender. Intento al menos ser sincero con mi propia emoción. Pero por muchas razones que justifiquen el límite que le impongo (a veces, por la fuerza: tomando el juguetito de su mano en contra de su voluntad), no alcanzo a sentirme en paz con esta imposición. En el fondo de mi corazón sé muy bien que existe otra verdad más profunda y misteriosa, desconocida y en algún sentido imposible de conocer. Imposible de conocer desde nuestra construcción cultural. Por eso, en el sentido más integral y holístico de la palabra, me interesa la de-construcción cultural.
Lo que más me importa, me conmueve, me involucra es proponer la visión de que todo niño es plenamente bueno, hecho de pura bondad. La única manera en que ello es posible es si lo mismo es cierto de todo ser humano. Si pudiéramos darle libertad, y por ejemplo no enjuiciar un niño por hacer “algo malo”, entonces automáticamente se resuelve el conflicto en siria, o bien se revierte estructuralmente el cambio climático. En el sentido profundo y radical de holismo que me interesa, lo más cercano, inmediato y pequeño es espejo de lo macro.
¿Que es holismo? El holismo viene del griego ὅλος [hólos], que significa "todo", "por entero", "totalidad". La visión holística de la educación nos invita a ver la educación como un todo. Postularé que esto es mucho más profundo de lo que parece. En consecuencia, por ejemplo, no podemos separar a la educación de la vida misma; no podemos hablar holísticamente de educación sin hablar de nosotros mismos. En nuestra cultura convencional, es habitual reflexionar sobre un tema separándose uno mismo del tema, y separándolo de todos los demás temas de la vida, y encima disectando el tema en una lista de partes.
En un entendimiento holista de la vida, no existe separación entre bueno y malo, no existe lo correcto y lo incorrecto. Esto ocupa un proceso profundo y personal para entenderse. Dentro del paradigma de separación que habitamos, es natural sentirse amenazado por lo incorrecto. O entender que la ausencia de incorrecto significaría libertinaje, por ejemplo permitir los caprichos de los niños, aceptar su dictadura. El planteamiento que propongo de-construye esas creencias, poco a poco.
En segundo lugar, entenderé la educación en su significado esencial. La palabra educar está compuesta del prefijo ex- ‘fuera’ y el verbo ducere ‘guiar’, ‘conducir’. Es decir, educar significa encaminar desde adentro hacia fuera. No existe necesidad de informar al niño de manera que se adapte a la sociedad externa –proceso contrario que va desde afuera hacia adentro. Existe la necesidad de proveer un entorno de confianza para que el niño brote sus propios talentos y desarrolle sus propios intereses. Incluso biológicamente, el niño es como una semilla que contiene dentro suyo toda la información que necesita para relacionarse con su entorno y desarrollarse. En palabras completamente holistas, el niño ya tiene todo dentro suyo: la totalidad del universo y la especificidad de su única alma.
Vale la pena mencionar, ¡cuán enferma está realmente nuestra sociedad! Entonces por qué insistimos tanto en que los niños se adapten a nuestra sociedad enferma. Como dijo Krishnamurti, “no es medida de salud estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”. Más bien necesitamos darles la libertad para que algún día las verdaderas soluciones a nuestra crisis civilizatoria puedan emerger. Estas soluciones no surgirán de nuestro programa de avances tecnológicos ni de volvernos súper inteligentes y encontrar las soluciones intelectualmente. Por eso que es necesario profundizar en la comprensión de nuestra crisis civilizatoria a través de la de-construcción cultural. Sin ese proceso de de-construcción cultural, nuestra búsqueda de soluciones se limita a buscar culpables y declararnos en guerra contra aquello que sea culpable. Pienso que la historia de “buenos y malos” es absurda como las películas de Hollywood.
Entonces, una clave de una visión holística de la educación es que para educar nuestros niños tenemos que educarnos a nosotros mismos. Esto es en realidad un proceso de transformación, precisamente de de-construcción cultural muy profunda. Donde podemos encontrar algo valioso y misterioso que tenemos dentro y encaminarlo hacia fuera. Espero que este ensayo (y subsecuente taller) sirva para motivar ese proceso.

La Educación en Nuestra Cultura Convencional de Separación
¿Cómo se construye la educación en la historia de separación que permea toda nuestra sociedad? Si cada uno de nosotros es un ser separado en un espacio de otredad, donde el universo de otredad es a lo sumo indiferente y potencialmente hostil, la desconfianza en la vida es la respuesta natural. Bajo esa concepción del Ser, no existe nada más sano que desconfiar en la vida, con sus múltiples manifestaciones: por ejemplo el miedo, la obsesión con el control (sobre uno mismo y sobre la vida alrededor), la soledad, la codicia, la obsesión por la seguridad, y por sobre todo la desconfianza en uno mismo. Si uno desde muy adentro desconfía de la vida y por ende de si mismo, naturalmente desconfiará de los niños. No por un tema de malas intenciones o falta de amor, sino que no le queda otra alternativa. Esa es la historia de la vida que transmite nuestro sistema educativo. Y no es un tema de mejorar intenciones. Se nos ha educado desde afuera hacia adentro a desconfiar en la vida, desconfiar en nuestra propia voluntad, se nos ha domesticado hasta acostumbrarnos, y no podemos hacer otra cosa que no sea retransmitir lo mismo. Salvo que nos de-construyamos. Por muy increíble que parezca, de-construirse es volver a confiar en uno mismo, en nuestra libertad interior (que nos aterra), y no en las normas de la sociedad: lo aceptable.
En nuestro constructo cultural convencional, implícito, el ser humano al menos potencialmente o en parte es malvado. No existe ninguna garantía de bondad. Por tanto, naturalmente nuestro sistema educacional (que abarca mucho más que las escuelas pues incluye la familia, la sociedad, la política, el contexto valórico, etc.) invariablemente contiene la necesidad imperiosa de remediar la maldad innata en los niños. “Pórtate bien”, como dicen las canciones de “cri-cri, el grillito cantor”, por ejemplo. Castigo y premio. Calificaciones. Etc. Es el paradigma de mejorar al ser humano, el que vengo a cuestionar con intensa pasión. El paradigma de mejorar al ser humano, mejorarse a sí mismo, mejorar a nuestros niños, parece indispensable, indiscutible en nuestro contexto cultural actual. La dedicación a mejorarse a uno mismo siempre tiene como espejo ver a otros como seres necesitados de mejorarse. Invariablemente, esta violencia hacia uno mismo es a la vez una violencia hacia los demás.
Como dice Jordi Mateu, en nuestra educación convencional el juego tiene que tener un objetivo. La intención es que el niño aprenda mientras juega, por ejemplo que aprenda lenguaje. ¡No es suficiente con jugar! El objetivo del aprendizaje mata el juego, el juego se tensiona, se pierde. Supuestamente hay una dicotomía, una contradicción entre aprender y jugar libremente. El aprender y el trabajo debiera costar, ser doloroso sino no hay trabajo ni aprendizaje. Esta es la misma dicotomía que asume hay que vencer algo malo en el niño, la flojera o el egoísmo por ejemplo. El juego autónomo, sin  embargo, naturalmente conlleva a la búsqueda de placer, a la distensión, a la amabilidad consigo mismo y por tanto a descubrir por experiencia lo agradable que es confiar en si mismo. En cierto sentido, ¿porqué esperamos que tendría que haber aprendizaje? Tememos que el niño no se adapte a la sociedad (y en realidad es ese temor lo que enseñamos). En otro sentido, libre de expectativas, el aprendizaje ocurre amorosamente. ¡O ni siquiera ocurre! Porque ya estaba adentro, ¿se entiende lo que digo?
Según Claudio Naranjo, la educación hoy en día entontece, crea mediocridad e idiotas. Corresponde a una educación paterna (patriarcal), en que el padre severo exige. Ello crea tensión y culpa. No hay un maternaje. Los educadores son gente con vocación materna que quieren a los niños. Pero se los academiza, se supone que la educación es “aprender cosas sobre el mundo externo”. La persona condicionada ya ni siquiera sabe que ha perdido su libertad. 
Agrega Naranjo que la educación es la más obsoleta de nuestras instituciones, no ha cambiado nada en 2 siglos. (Sin embargo, personalmente no creo que la solución sea la evolución o progreso de nuestras instituciones, sino la deconstrucción). La llama Naranjo la “Misteriosa Obsolescencia de la Educación”, porque resulta bien difícil explicarla. ¿Será por inercia burocrática?  ¿Falta de sabiduría? Parece algo secreto que hace que siga así. La educación actual es para conformarse, para adaptarse a una sociedad enferma.
Nos hacemos llamar “Homo Sapiens”, como si saber fuera lo más importante. ¿Es más importante saber que amar? Sin poder, ni propaganda ni dinero, no se predica ni se enseña, simplemente se inter-es. Se permite que lo que es, sea. Cada criatura tiene permiso de ser, en ausencia de estructuras de poder.
El supuesto es que somos malvados pero somos divinos y no nos damos cuenta. Un ejemplo son las leyes: la necesidad de evitar lo malo. “Tengo que hacer lo bueno”. Representa una pérdida de libertad y amor a si mismo. Para obedecer el deber hay que desobedecer el sentir interno.
Como adultos somos portadores de una dureza: la sociedad es obligatoria. Y la función que tenemos frente a los niños es transmitir la cultura. “Cuando nos encontramos con nuestros hijos debemos ejercer cierta violencia, porque no sabemos cómo hacerlo mejor”. El niño nace libre y poco a poco es condicionado a través del miedo. Opina Claudio que es posible castigar de manera amorosa. Sin embargo pienso que el tema de fondo es que uno (padre-maestro) tiene rabia no gestionada, no permitida quizás.
Una gran tentación es decir “aquí mando yo”. Reprimir es un refugio, porque nos duele profundamente que los niños sufran. Nos sentimos culpables. Incluso nos damos cuenta que los niños sufren al percibir la duda en nuestro interior, por lo que buscamos desesperadamente el estado más cercano a la no-duda que conocemos por registro, el cual puede ser “aquí mando yo”. Pero llega un minuto en que nuestra alma nos exige una libertad más profunda, en que el parche no alcanza a reemplazar la experiencia real de ausencia de duda.
Los adultos no medimos bien cuánto les complica la vida a los niños una infancia de excesiva seriedad y reproche. Todos quedamos resentidos, heridos de nuestra infancia de carencia de amor. En definitiva, todos somos víctimas de una sociedad enferma. La civilización es una respuesta al trauma humano.
La historia de la Separación –una historia cultural y neuronal- es la antagonía misma del holismo. Una historia que es interesante porque es inconsciente, profunda, y contiene un sinnúmero de creencias culturales que vale la pena cuestionar. Es una historia que comienza como dije antes con concebir el Ser como un Ser individual discreto y separado, rodeado de otredad. En esta historia, curiosamente a través de los siglos, aprendimos o fuimos condicionados a percibir la vida a través de los lentes de la Separación. Aprendimos como grandes aprendedores que somos (amamos aprender) a usar nuestra mente, nuestra inteligencia y raciocinio, de manera separada. En este sentido, vivimos el imperialismo de la inteligencia lógica y lineal (patriarcal), por cierto solo una forma de inteligencia entre muchas, pero la única legítima en nuestra cultura moderna. La inteligencia lógica y lineal es justamente la inteligencia separada (para profundizar en este tema ver mi escrito La Razón Humana, entre otros). Por ejemplo, el método científico considera al observador y al objeto bajo observación como dos entes separados. En fin, la inteligencia separada cosifica a la vida, y pareciera limitar la experiencia humana a una vivencia lineal, cartesiana, en un tiempo y en un espacio de Otredad.
De acuerdo a Wikipedia, “la educación holística toma a la ciencia como base”. Yo creo que a través de ello en el ámbito holista se expresa un rechazo a los dogmas religiosos y la adherencia a una búsqueda más rigurosa de la verdad. También, es probablemente una estrategia de defensa ante el establishment que rápidamente descarta toda idea alternativa por su supuesta falta de seriedad. Por supuesto nos interesa la seriedad y rigor de la ciencia como buscadores de la verdad o como cualquier ser humano explorador de la vida. Sin embargo, una educación verdaderamente holista no puede basarse en la ciencia convencional si ha de llamarse holista. Para una educación holista de verdad se necesita una ciencia holista de verdad. La ciencia convencional, occidental no es holista porque acepta el imperialismo de la razón lógica, separada, como única forma de inteligencia válida, desconociendo sus limitaciones. La ciencia convencional no es holista porque concibe al observador y al fenómeno observado como dos entes separados, no como un todo. La ciencia convencional no es holista porque asume que existe una realidad externa, describible, imparcial, impersonal en un plano de espacio-tiempo cartesiano y sujeta a cambios únicamente mediante fuerzas newtonianas. Una ciencia holista por otra parte, entenderá la realidad como un fenómeno netamente no-lineal, nunca completamente describible (más bien es una ilusión absurda el tratar tercamente de describirla), y enteramente unido y entrelazado a la realidad interna de las personas, y por supuesto del observador. Por cierto, la verdad es un fenómeno emocional. Y la realidad tiene que ver, en una danza no empírica ni verificable, con la voluntad del ser. Voluntad que no es la que conocemos culturalmente: fue quebrantada y estamos apenas recuperándola.
Como sociedad venimos dándonos cuenta, poco a poco, de la inmensa violencia, el daño y legado de trauma que está dejando en nosotros el patriarcado. Muchos de nuestros intentos por re-construir una nueva realidad fallan porque seguimos llevando implícita la historia cultural-neuronal del patriarcado en nosotros. Seguimos percibiéndonos como seres individuales, separados. Seguimos, por ejemplo, intentando encontrar la solución al problema mediante el uso de la lógica lineal, mediante la fuerza de la razón o las evidencias. Pero ese preguntar limita la búsqueda a lugares donde no habita la solución: tenemos que liberar nuestra mente, nuestros hábitos neuronales más allá de la lógica lineal y los límites de lo posible. Límites que por cierto son creencias culturales pero que hemos aceptado como verdades incuestionables, tan duras como una roca.
La desconfianza y la necesidad de controlar el espacio de Otredad son respuestas naturales para el individuo moderno que se ve a si mismo como un ser discreto y separado de la vida. ¿Qué garantía puede haber de que la vida no siga un curso hostil hacia mi persona? En consecuencia, en esta historia es necesario y normal controlar a los niños, tal como ejercemos el control sobre nosotros mismos, tal como ejercemos el control sobre las fuerzas de la naturaleza, por ejemplo en la agricultura o en la medicina. La desconfianza en la vida es la misma que la desconfianza en uno mismo, y por tanto la desconfianza en el niño. Desconfianza en su bondad innata, desconfianza en su capacidad de autonomía, desconfianza en su libertad.

Camino Hacia Una Educación Pre-escolar Holística
La educación holística, integral que quisiera ver nacer, es la educación que nace de de-construir nuestra cultura de separación. Los principios fundadores de esta educación son los siguientes:

  • ·      Primero que nada, cada vez que nos dispongamos a hablar de ello, es inseparable incluir nuestro propio sentir, nuestra emocionalidad, nuestra búsqueda interna íntimamente relacionada con la oportunidad de investigar y visualizar una educación holística. Si no somos holísticos en nuestros medios jamás seremos holísticos en nuestras metas. (Por eso comencé por incluir mi sentir respecto a mi hijo). No podemos reflexionar significativamente, holísticamente, sobre la educación como si fuera un asunto externo, describible enteramente en una pizarra impersonal, fría y lógica.
  • ·      Principio de unidad, inter-ser de toda la vida. Todo está unido, “todos somos uno”. Por algo estamos hablando de educación holística.
  • ·      Respeto y confianza al centro divino de cada ser humano, por supuesto cada niño. La educación es encaminar desde adentro hacia afuera.
  • ·      Como bueno y malo es uno solo, entonces el Uno es pleno, no existe necesidad de erradicar la maldad en el niño. Ni en nosotros mismos. El niño y todo ser humano está hecho de plena bondad, no existe necesidad de mejorarlo[1].
  • ·      La Vida es plenamente maravillosa, no existe necesidad de mejorarla. Si no adoptamos esta visión en nuestro corazón, nuestra capacidad de educar conllevará invariablemente una violencia, la violencia de transmitirle al niño que no se puede confiar en la vida.
La educación pre-escolar es la educación que el niño recibe en sus primeros años de vida (0 a 6). Esta no es una educación que prepara para la etapa escolar, sino que tiene sus características propias en cuanto prepara al niño para la vida (más que para la escuela primaria). Se sabe que esta es una etapa muy importante en el desarrollo del niño por distintos motivos. Yo voy a plantear algo muy radical. Yo diría que esta etapa es fundamental porque es la etapa en que ocurre la domesticación, la quebrantación de la voluntad propia del niño, o la inculcación a desconfiar en sí mismo y más bien a someterse (en muchos casos) o confiar (en el mejor de los casos) en la autoridad del adulto. Coincidentemente, es en esta etapa donde ocurren la mayor incidencia de berrinches, para mi una manifestación pura del alma humana que se niega a aceptar un mundo adulto sin libertad.
Como dice Humberto Maturana, “el futuro de la humanidad no son los niños, somos nosotros los mayores con los cuales (los niños) se transforman en la convivencia”. Nos transformamos juntos en la convivencia. “Amar educa” porque amar es dejar aparecer, escuchando al otro, sin negarlo.  ¿Cómo podemos recuperar nuestra capacidad de amar, si a nosotros mismos se nos enseñó a obedecer (negarnos a nosotros mismos)?. Tiene que ser de manera que no sea una violencia contra uno mismo.
Siento que para construir una educación holista tenemos que hacernos uno con el trauma que la educación de la separación dejó en nosotros. Esto es algo muy personal para mí, es el descubrir cómo una infancia traumática es a la vez un regalo o una bendición. Uno solo. De las múltiples manifestaciones y variantes del trauma infantil, en mi experiencia existe este trauma clave o central que es la doblegación de la voluntad del niño. Dice Claudio Naranjo que necesitamos recuperar nuestro dolor infantil y nuestra rabia infantil, para procesarlos y volver a estar enteros.


La quebrantación de la voluntad del niño ocurre con o sin violencia. Cuando es con violencia, el niño aprende a través del miedo. Pero también se puede doblegar sin violencia aparente. En ambos casos, el niño se domestica, aprende que debe adaptarse al mundo tal y como lo plantean los adultos. Aprende que debe confiar más en lo que dicen los adultos que en su propia guía interna. Este es un daño atroz, por cierto, pero a la vez adelanto que no existe daño alguno.
El término «escuela» proviene del griego antiguo σχολή (skholḗ). Curiosamente el significado original en griego era tranquilidad, tiempo libre, que luego derivó a aquello que se hace durante el tiempo libre. Para los niños pequeños sobretodo, la escuela debiera ser un espacio de tranquilidad, de libertad, de juego, donde sin esfuerzo puede ir brotando desde adentro hacia fuera sus propias maneras de relacionarse con el mundo. De esta manera, ni siquiera necesitamos enseñarles a que confíen en si mismos, sino que simplemente no les enseñamos lo contrario.
Adentro de la historia cultural-neuronal de Separación, las ideas que brotan de una historia cultural-neuronal diferente –la historia holista del Interser-, se escuchan de la única manera posible en que tengan sentido adentro de la historia de Separación. (Salvo que ocurra un proceso de de-construcción cultural). Por ejemplo, la invitación a confiar en la vida, o la invitación a considerar que, en lugar de ser individuos, inter-somos, son evaluadas como invitaciones irracionales, o en el mejor de los casos, invitaciones a ser mejores personas. Por eso que insisto en que esto no se trata de hacerse mejor persona, y que el postulado primordial de una visión holística de la vida y la educación es que el ser humano es plenamente maravilloso y no necesita mejorarse a si mismo. Por supuesto, la mente racional tendrá muy buenas razones para debatir esta idea. Misma que solo hace sentido una vez que de-construyes la historia neuronal y cultural, proceso muy profundo. En otras palabras, esta es una invitación a inter-reflexionar con el corazón. ¿Qué pasa si inter-somos? ¿Qué pasa si existe otra historia diferente que explique en nosotros lo que ahora llamamos maldad, mentiras, flojera etc.? ¿Qué pasa si todas las manifestaciones dañinas, enfermas, tóxicas o desagradables del ser humano surgen, no de su innata maldad o pecado original, sino de la falta de amor a si mismo, surgen del trauma de desconocer el amor fraterno, del dudar ser una criatura legítima de la creación?
“You cannot dismantle the master’s house using the master’s tools” dijo la afro-feminista Audre Lorde: no se puede desmantelar el sistema usando las mismas herramientas del sistema. Para crear algo verdaderamente nuevo no es suficiente mejorar nuestras intenciones éticas y cambiar nuestras metas; es necesario cambiar nuestra metodología, es decir la historia subyacente que habitamos. Por ejemplo, no se puede construir la paz mediante la guerra. No se puede construir holismo desde la separación. No se puede educar para la libertad si la libertad es un concepto externo al niño, que responde a prejuicios, condiciones, teorías o supuestos.
En la historia de separación, toda búsqueda de solución a nuestros problemas nos limita a mantenernos en interminable guerra contra la maldad en otros y en uno mismo. En la historia holística del inter-ser, surgen nuevas alternativas. En educación es bien simple: el mensaje de decirle al niño “eres una criatura legítima, tal y como eres. Libre. Te queremos escuchar”. Y para decirle eso al niño, necesitamos decírnoslo a nosotros mismos.
No sabemos realmente para dónde vamos como civilización. Urge tener la valentía, humildad y sinceridad para reconocerlo. Entonces no tiene sentido educar para lo ya conocido, lo preestablecido. Necesitamos darnos permiso para educar a nuestros niños y a nosotros mismos para lo desconocido desde la propia libertad. Como dice Ken Robinson, enfrentamos como nunca un futuro incierto e impredecible, y mientras tengamos miedo a estar equivocados no podemos hacer nada original. Sin embargo, nuestra naturaleza innata es la creatividad inmensa. Maturana dice los problemas de los niños no son de inteligencia, son emocionales. Todos somos inteligentes, solo que nuestras inteligencias son diversas y no responden a estándares lineales.
No sabemos realmente para dónde vamos, en todo caso tendríamos que aceptar que como civilización estamos destruyendo la vida, destruyendo la belleza, autodestruyéndonos, testarudamente “progresando” hacia el abismo. Si somos sinceros y rigurosos con la verdad tendríamos que aceptar esto, y aceptar que adentro de lo posible no existe solución completa, solo parches. Si somos rigurosos con la verdad (al menos esta es mi verdad), tendríamos que llegar a la conclusión que no existe otra alternativa que confiar en la vida. Porque confiar en la vida es cambiar de paradigma y eso abre nuevas posibilidades antes imposibles. Hay esperanza verdadera. Por eso que la invitación a confiar en la vida no es un llamado a hacerse mejor persona, es porque no hay alternativa. ¿Te das cuenta?
De similar manera, la invitación a contemplar una visión holística, de inter-ser de la vida no es una invitación a hacerse mejor persona. No es que tenga que aceptar la responsabilidad o culpa de yo ser mala persona tal y como lo es Donald Trump por ejemplo. No existe alternativa más que reconocer que todos somos uno. No es un cliché o un llamado a la bondad. ¿Por qué? Porque si continuamos percibiéndonos separados necesariamente continuaremos en guerra contra algo o alguien. Y por tanto por mucho que intentemos y por muy puras que sean nuestras intenciones jamás seremos capaces de crear una historia distinta. Si separamos entre lo bueno y lo malo, invariablemente, querámoslo o no, separaremos a nuestros niños entre bueno y malo, invariablemente los estaremos juzgando, castigando/premiando, invariablemente estaremos educándolos para desconfiar de si mismos. De tal forma no será posible educar para la libertad y la autonomía.
Mientras exista la separación entre lo bueno y lo malo, existe el deber. El deber de hacer lo bueno. El deber de obedecer las leyes, la autoridad. Para obedecer al deber externo hay que desobedecer el sentir interno, y así se cultiva la desconfianza en si mismo. ¡Pero lo malo es malo dirá la mente! ¿Cómo vamos a permitir que alguien haga daño a otro? Si todos inter-somos, si el universo es uno sólo, es y siempre ha sido imposible que el universo se haga daño a si mismo. Es como volver a aprender a leer.
O, de otro punto de vista, no se trata de ponerse en situaciones hipotéticas. Nadie está diciendo que si aceptas el inter-ser o la confianza en la vida tengas que necesariamente ser permisivo ante el abuso de alguien. Evítalo si quieres, en el aquí y ahora que es lo único que existe.
Tampoco estoy diciendo que es necesario abolir todas las normas de control (basadas en la distinción bueno/malo). Si mi consigna fuera derrotar la institución de las normas estaría nuevamente en guerra. No podría separarme de la separación si me separo de la separación.
Con o sin normas, la convivencia educa y pasa solo.  A todos nos gusta, nos da placer hacer las cosas bien. A nadie le gusta hacer mal las cosas, ni al maestro ni al niño. Entonces no tiene sentido juzgar el “mal comportamiento”. Si lo hace entre comillas “mal” es porque no sabe, y necesita aprenderlo en la convivencia. A nadie le gusta obedecer. A todos nos gusta colaborar. El obedecer es la negación de si mismo. Si el aprendizaje viene de si mismo se da en con una satisfacción muy profunda.
Es posible hacer este relato. El ser separado del universo, de los otros seres, rodeado entonces por otredad, desconfió de la bondad de la vida. ¿Por qué podrían estar quienes me rodean a favor mío? En el mejor de los casos el medio será indiferente, pero quizás hostil hacia mí. Al desconfiar del universo y de todos quienes le rodean como seres extraños, desconfió de sí mismo (obvio porque todo ello es parte de si). Luego apareció la versión bíblica de esto: venimos con pecado original. Con fallas de fábricas (y cómo nos hace sufrir eso). Y luego quisimos rechazar la imposición violenta de la religión, y decidimos creer en la razón lógica. “Pienso luego existo”, según Descartes. Y nos transformamos en intelectuales, aunque sin darnos cuenta seguimos llevando en nuestro ADN y neuronas, en nuestra manera de percibir la vida, la creencia del pecado original, de que hay algo malo en nosotros mismos. De que hay buenos y malos y es necesario vencer a la maldad en los otros o en nosotros mismos. Algunos nos hicimos anti-capitalistas y nuestro enemigo, que antes era el diablo, los pecados y el infierno, pasó a ser el capitalismo neoliberal, las transnacionales codiciosas e inescrupulosas, y los gobiernos corruptos (sobre este tema ver la mirada completa en El EspacioPara Una Nueva Forma De Pensar Nuestra Economía). No nos dimos cuenta que en esas batallas siempre hemos estado peleando contra nosotros mismos. Otros nos hicimos espirituales y nuestra guerra simplemente cambio de enemigo, que pasó a ser nuestro propio ego. Siempre en guerra, y siempre la violencia principal ha sido contra uno mismo. Creyendo, querámoslo o no, que hay algo malo en nosotros mismos.
Cuando vayamos aliviando esa violencia, la violencia original de todas (y lo tenemos que hacer juntos sino no sería holístico), podremos por fin dejar de emitir violencia, restricción, represión, duda, desconfianza hacia nuestros niños. De nuestra propia confianza en la vida nace naturalmente el confiar en nuestros niños. Qué belleza imaginarlo. Toda la creatividad de nuestros preciosos, divinos niños, por fin liberada, tal como la propia nuestra ha esperado por siglos.
He pensado que en verdad llevamos a nuestros niños a la escuela no tanto por la educación que allí reciben sino porque no podemos estar con ellos a la vez que dedicarnos a nuestra vida, o a nuestro trabajo. Pienso que la verdad sincera puede ser que nos sentimos sobrepasados por ellos cuando queremos dedicarnos a un quehacer que no los incluye. Pienso que en realidad a veces nos estorban para realizar una tarea específica, en que nos importa la eficacia, el tiempo que tardamos, los resultados concretos o medibles de nuestra tarea. La cual por supuesto concebimos separada a la tarea de acompañar a nuestros hijos (¡con justas razones!). Nuestra necesidad de resultados concretos y medibles, nuestra necesidad de control, fácilmente pasa a ser obsesión o neurosis. Tiene que ver con la misma desconfianza en la vida. Pero bueno, la verdad sincera es que necesitamos lo que sea que necesitamos. No propongo vencer nuestra necesidad de control ni mucho menos reprimirla, sólo concebir que existen otras posibilidades inconcebibles.
¿Cómo cuidar de los niños cuando un niño es excluido o maltratado por otro? (No solo el niño excluido necesita que lo cuiden). Apoyar a que descubran y confíen en su propia guía interna, a través de sus sentimientos, que siempre los van a llevar por buen camino. Pero este es un ideal que no incluye la emocionalidad del adulto y su propia necesidad de expresión, de de-construcción. Tal vez nuestra rabia y la impotencia de no concebir porqué un niño puede llegar a actuar con tanta maldad como para excluir o maltratar a otro niño. Nuestro terrible temor a que el niño excluido sea dañado, que de verdad lo crea en su alma cuando otro niño le diga “tonto”…
Es a la vez absurdo e interesante que siempre queremos saber “qué hay que hacer”. Que alguien nos diga, o que alguna teoría lo establezca. Eso aprendimos, eso sabemos hacer: seguir una guía externa. En realidad cualquier educación es buena si cuida la alegría de vivir del niño. Los cambios relevantes en la vida pasan cuando hay un sentir importante que ocurre por una experiencia. La verdad es emocional. Es muy poco lo que ocurre a través de un convencimiento intelectual. Más importante que saber qué hay que hacer, es que nos transformamos en la convivencia, niños y adultos. Y creo que en esa convivencia la clave es reconocer, recordar, recuperar nuestro niño interno.
Sobre los berrinches. Digamos que la niña no se quiere poner abrigo cuando hace mucho frío. Nos vemos obligados (después de agotar todo diálogo) a doblegar su voluntad. A veces con paciencia (no vamos a salir hasta que te abrigues). A veces por la fuerza física (simplemente ponerle el abrigo en contra de su voluntad). Puede ser que ni siquiera nos enojemos los adultos (en el mejor de los casos), pero aún así quebrantamos su propia voluntad, y la niña sufre inmensamente. A veces pareciera que el niño realmente quiere agredirnos, con toda su voluntad, a su hermanito, o a si mismo. Nos vemos obligados, con toda la "razón", a limitar-quebrantar-doblegar su voluntad.
¿Qué hay que hacer frente a los berrinches? De nuevo, la respuesta más profunda es que hay que permitir que la pregunta se de-construya. Nos transformamos en la convivencia. No hay solución, para que sí la haya. Nos duelen los berrinches de los niños. El niño que entra en un “grito constante que cuando quiero hablarle o preguntarle qué necesita me grita más fuerte y tapando mi voz. Y cuando no interfiero y dejo que se descargue para luego más tranquilo sí poder hablar, me busca con el grito por toda la casa. Solamente para eso, para que escuche ese grito. A lo que al rato me da la sensación que ya no recuerda porqué está enojado. Hasta que llega el momento de poder poner en palabras… pero para esa instancia ya estamos todos agotados y angustiados…” (relato de una madre). No hay solución, para que sí la haya.
¿Se cree un niño lo más importante del universo y pierde toda empatía por los demás? Siento que en el macro contexto cultural, nuestros niños tienen todo el derecho, absolutamente TODO el derecho a hacer berrinches, que son la más profunda expresión de dolor del alma humana. Lo más triste es cuando el niño deja de hacer berrinche porque quiere decir que ya se acomodó, que ya se conformó con la realidad a medias que ofrece el mundo adulto, aunque en su alma siempre sabrá que no es así.
Se dice que los berrinches son normales en el crecimiento del niño. ¡Serán normales pero no son naturales!, no serían necesarios si nuestro mundo adulto fuera sano. Algo me dice en mis entrañas que no debería ser así. A la vez que está bien que sea así, en este mundo en transición.
Cuando imaginamos la vida en salud siento que nos conformamos con poco. Grande grandísimo es el trauma de que se nos haya quebrantado nuestra voluntad. La felicidad que nos espera, nuestro derecho divino, es plena.






[1] Se puede decir así, si es que “existe una realidad”. Dicho de otra manera, es nuestra decisión interna el querer ser amorosos. No importa si el niño está o no hecho de bondad, nosotros lo podemos mirar incondicionalmente en pura bondad.

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