viernes, 13 de octubre de 2017

Nobel de Economía 2017 para Thaler

Regresando de taller en Uruapan me encuentro con esta interesante noticia. Thaler, otro profesor de la universidad donde estudié recibe el Nobel de economía, uno de los fundadores de la Economía del Comportamiento (behavioral economics). Lo interesante es que esta mirada surge de permitir el comportamiento no racional de las personas en los modelos económicos. Según la Real Academia de Ciencias Suecas, Thaler “ha incorporado presunciones psicológicamente realistas a los análisis de la toma de decisiones económicas”.  ¡Y una de las principales críticas a la economía convencional es el supuesto de racionalidad!

¿Es una buena señal que al fin los economistas se abran a otra disciplina como la sicología?

¿Acaso el hecho que estas ideas lleguen al mainstream significa un "avance" en la ciencia económica?

¡NO! Para nada! En un fundamental sentido voy a argumentar que no.

A quien quiera investigar un poco más acerca de este campo recomiendo este linky wikipedia. La nota del premio a Thaler en la universidad de Chicago aquí.

En un sentido, es un campo sumamente atractivo porque te invita a reflexionar de qué maneras sistemáticas el comportamiento humano tiende a ser no racional; y a la vez te invita a considerar qué es exactamente el comportamiento racional.

Como introducción al tema, menciono brevemente dos ejemplos de comportamiento no racional.

(1)  Las personas sufren más cuando pierden lo que ya tienen, que lo que disfrutan ganar algo de equivalente valor que antes no tenían. Se le puede llamar aversión a perder, o un sesgo en la disposición a perder, versus la disposición a ganar. Hipotéticamente, si alguien con aversión a perder compite con alguien que no tiene este sesgo, la persona sin sesgo a perder tendrá más chance de ganar en el largo plazo. Por eso que se le considera comportamiento no racional.

(2) Inconsistencias entre las decisiones de largo plazo que uno toma (por ejemplo dejar de fumar), y las decisiones en corto plazo. Modelos de neuroeconomía, por ejemplo, explican que una parte del cerebro es la encargada de planificar a largo plazo, y otra parte diferente se enfrenta con las decisiones inmediatas, en el aquí y ahora. Matemáticamente, se consideran tasas de descuento intertemporal hiperbólicas, lo cual en simple español quiere decir un sesgo desproporcionado por el futuro inmediato versus el futuro lejano. De manera tal que decisiones que uno planifica con antelación, llegado el momento uno las cambia sistemáticamente, generando inconsistencia de naturaleza irracional en el comportamiento.

Valga mencionar que cada vez que existe un comportamiento irracional, adentro de la narrativa de nuestra ciencia moderna, existe a la vez algo que corregir. Es decir, la mirada de que si fuese posible rectificar tu comportamiento a lo racional, tu mismo te harías más feliz. Por ejemplo, en el segundo caso, si hubiese una fuerza externa, alguna autoridad que te obligase a mantener tus decisiones de largo plazo para no sucumbir a las tentaciones del corto plazo, serías más feliz. (Claro que eso supone que la felicidad tuviera más que ver con la mente que planifica que con la satisfacción inmediata, algo que por supuesto es debatible). 


Una serie de implicancias son interesantísimas de reflexionar.

Un primer punto fundamental es que el comportamiento no racional es visto, a lo largo y ancho de este campo de la economía, como una debilidad, como algo a superar; y que a medida que la humanidad progrese en su inteligencia nuestro comportamiento se hará más y más cercano al comportamiento racional. “R. Thaler fue galardonado con el Premio Nobel de Economía por clarificar la forma en la que debilidades humanas como la falta de racionalidad y autocontrol pueden afectar los mercados” (elfinanciero.com.mx, la negrita es mía). El comportamiento racional es por tanto un ideal.

Un segundo punto fundamental es que se presume que el comportamiento racional en efecto existe, lo cual es a lo menos discutible. Si uno se detiene un poco, se da cuenta que es sólo una abstracción, algo que se conversa intelectualmente mientras te tomas un café con galletas en un seminario, y que tiene sentido solamente adentro de una narrativa acerca de la realidad. ¿Cuál narrativa? La narrativa reduccionista que asume tercamente que existe una realidad objetiva. Esto no es más que una creencia cultural. Sumamente pesada por cierto, pero sigue siendo creencia cultural. No es una verdad de la vida. La verdad de la vida es muchísimo más escurridiza e irreducible a entendimiento meramente intelectual. Así como la realidad objetiva no existe, tampoco existe el comportamiento plenamente racional, ni siquiera como ideal. (Este tema da para mucho y quizás tenga que escribir más sobre esto más adelante; por ahora espero expresar un panorama, una mirada que libere. Para una comprensión más profunda ver el post relacionado La Razón Humana).

Bajo la idealización del comportamiento racional, es justificable aplicar políticas públicas que rectifiquen el comportamiento de las personas. La lógica sería que las personas necesitan mecanismos que corrijan su comportamiento para llevarlas a su propia mayor felicidad, cosa que no logran por si mismas debido a su inteligencia limitada. Naturalmente, aquí nace la sospecha ética (y fundamentada por la mala reputación de los gobiernos a diestra y siniestra), de permitir que una autoridad de gobierno “mejore” las propias decisiones libres de las personas, por mucho que éstas atenten contra su propio bien. En todo caso, ¡ello ya está ocurriendo! Por ejemplo en las políticas que obligan a mostrar en cajetillas de cigarros los efectos terroríficos para la salud. Quizás ello ayude a las personas que en efecto deciden no fumar más, pero les cuesta muchísimo mantener su decisión.

Similarmente, con o sin los conocimientos específicos de economía y sicología, las empresas ya están ocupando explícita o implícitamente las debilidades irracionales de los consumidores para atraer su consumo. No es ninguna novedad, lo novedoso sería que ahora disponen de ingeniería más precisa para sus programas de marketing gracias a Thaler (no creo sea su intención). Quizás algún lector esté pensando en este momento: “tenemos que mejorar la racionalidad de la gente para que los estrategas de marketing no saquen provecho de su debilidad”. ¡Nada más alejado de lo que quiero expresar!

En el ejemplo (1) que mencioné más arriba, acerca de la aversión a perder, quisiera hacer una observación interesante, que espero rompa esquemas. Si tienes una aversión a perder, tienes dos caminos posibles. Estudiar intensamente el paradigma racional, y la economía del comportamiento, (“recomiendo” estudiar un doctorado en economía para ello), de manera que desarrolles tanto tu entendimiento de tu racionalidad e irracionalidad que mediante el control sobre ti mismo “superes” toda irracionalidad en ti.

Un segundo camino posible, es que tal vez tienes un anhelo exagerado por seguridad, y por ello te pierdes oportunidades de ser más feliz. Tal vez tienes una baja tolerancia a los cambios, sencillamente tienes miedo. Puedes elegir sentir tu miedo, y liberarlo a través del sentir. ¿Cuál camino prefieres? ¿El primero de la razón y el control sobre ti mismo? ¿O el segundo de la libertad y sinceridad de sentir lo que sientes? En mi experiencia, el segundo camino te lleva más lejos.



Una observación más profunda todavía y que da para mucha reflexión, es el hecho de que los científicos que observan y modelan el comportamiento irracional de las personas, son (ilusoriamente) plenamente racionales en su observación. Sus observaciones, hipótesis, teorías, su manera de escribir, su manera de conversar, su contemplar per sé, se sitúan plenamente en el idealizado paradigma racional. Mismo que es posible mientras toman café y comen galletitas en seminarios. Nótese tamaña contradicción: observar lo irracional en la realidad, desde una narrativa racional abstracta es decir irreal. Sería más “razonable” observar lo irracional desde su misma narrativa realista irracional.

Thaler le dijo al comité de premios (theguardian.com) que “planeaba gastar el dinero del premio irracionalmente”. Qué interesante chiste. No sé si Thaler realmente quiso decir esto, pero cualquiera se alegraría al recibir un regalo de mucho dinero que efectivamente fuese tan inesperado, que te diera permiso, licencia para ser irracional, para no calcular, para relajarse, para descansar. Para celebrar la vida. Porque en cambio con todo lo normal del mundo convencional vivimos bajo el peso, bajo la exigencia de ser racionales. Con nuestro sueldo hemos de ser racionales y planificar a largo plazo, asegurar nuestra vejez y el futuro de nuestros hijos, etc. Cosas que te dan tranquilidad, cierto, pero que toman un esfuerzo de uso de la razón, que si somos honestos con nuestra alma humana, detestamos. Si “tuviésemos permiso”, jamás quisiéramos vivir la vida racionalmente. Ya sé esto que digo tiene muchas implicancias para discutir y reflexionar. Me encantaría cubrirlas todas pero tendría que escribir toda la semana.

Por esta fundamental razón el premio de la academia sueca NO es una buena noticia: no se ha cuestionado la idealización del comportamiento racional, sino que al contrario, se ha fortalecido. El reconocer la falta de racionalidad en las personas, se hace solo con la programación de que algún día el comportamiento humano se vuelva racional. A nivel cultural, no hace más que reforzar el esfuerzo de la gente por mejorar la racionalidad de su comportamiento. Un grave error para quien le interese la libertad y la felicidad. De hecho resulta hasta atractivo, gracias a las observaciones de economistas del comportamiento como Thaler, darse cuenta las variadas maneras en las cuales nuestro comportamiento es débil, irracional, y dedicarse a hacerse más racional en la vida.

Ciertas características de los economistas del comportamiento como investigadores sí que son interesantísimas. En este sentido, sí, este premio Nobel señala buenas noticias. Características propias de niños, y muy raras en economistas convencionales: su habilidad para distraerse de la tarea asignada, un sentido de maravillarse, una tendencia a hacer preguntas vergonzosas, y una desconfianza de las ideas de los adultos acerca de cuáles asuntos vale la pena pensar y cuáles no (bloomberg.com). Esto sin duda es el camino del gozar la belleza de la mente, de pensar lo desconocido. El único problema con ello es que cuando el pensador se llena mucho de pensamientos que le fascinan, ya no admite un cuestionar profundo. Más bien que, ante tanta fascinación, fácilmente olvida cuáles son los pensamientos que están en la base de todo el resto de su pensar. De tal manera que le costará mucho trabajo (volver a) considerar nuevas miradas (verdaderamente nuevas).

La pasión de mis entrañas es cuestionar la validez del paradigma racional. No solo por su falsedad o lo absurdo que es. Sino más que nada por la infelicidad que enfrasca nuestras vidas mientras depositamos la confianza de nuestra alma en la razón. Por otra parte, disfruto como cualquiera la belleza del pensar, y las sorpresas que nos depara la vida sin importar el camino que elegimos. Por ejemplo, ojalá la economía del comportamiento sirva para que la gente deje de fumar. Bienvenido sea incluir en tu cuenta de electricidad, el valor del consumo promedio de electricidad de tus vecinos, de modo que ello induzca a la gente que consume mucho a consumir menos (este es un ejemplo de idea positiva de este campo de la economía).

Bienvenido también que los pensadores piensen mucho y demasiado, en exceso, se fascinen y glorifiquen en sus logros. Ningún problema y ninguna crítica a ellos. Tarde o temprano, cuando hayan saciado su intelecto, su propia alma les pedirá una sabiduría más sublime.